Parece incomprensible que una mujer pueda soportar años y años de maltrato grave físico y psicológico, aunque hay mecanismos y modelos teóricos que explican perfectamente su dependencia emocional. Imaginemos que finalmente, ella da el paso iniciando el largo camino hasta la separación de su agresor. Es verdad que existen en los juzgados mecanismos específicos para actuar en estos casos, y los cuerpos de seguridad tienen protocolos, y a veces unidades especializadas, para intervenir. Aún así, no es un camino sencillo, porque a menudo los agresores ante la idea de ser abandonados enloquecen y son capaces de las peores atrocidades.

La historia que quiero contar, aunque no corresponde a una mujer real, podría ser cualquiera. No lo he sacado de los diarios, sino que se corresponde a mi experiencia profesional como perito psicóloga. 

Ella se llama Ana y ha sufrido durante cinco años un infierno de abusos sexuales, palizas, maltrato económico y psicológico. Al principio, él no era así, claro que no, era un hombre atento, encantador, detallista y romántico, el príncipe azul que todas las cenicientas sueñan. Ana tenia venticinco años, estudios de grado medio, procede de una familia “normal”. Ha trabajado aquí y allí, sin contrato, en una tienda, de camarera…..hasta que se casó con Joan. Joan es muy bien plantado, electricista autónomo y con un buen sueldo. Ana no podía creer la suerte que había tenido, todas sus amigas le envidiaban. Pronto, ella se queda embarazada de su hija Ángela y entonces ella deja de trabajar, porque para para ganar un sueldo miserable, mejor trabajar en su propia casa, como dijo Joan. Ella tenía que presentarle a su marido, todas las facturas de sus compras, y nunca pasarse de la cantidad asignada de 300 por la alimentación de los tres, los gastos de la casa de la niña y suyos. Poco a poco, el trato que recibía de su marido empeoró, y aparecieron los primeros insultos y empujones. El humor de Joan era imprevisible, un día estaba contento y era cariñoso y de repente se transformaba en un monstruo que insultaba, amenazaba y rompía cosas. Anna pensaba que con paciencia, y amor lo cambiaria, que el tenía mucho de estrés en su trabajo y que era normal que a veces estuviera de mal humor.

Naturalmente, el era celoso y Anna tenía que tener mucho cuidado de no salir sin su consentimiento y vigilar las horas de ida y de vuelta. La madre de Anna estaba intranquila, sospechaba que algo iba mal, pero su hija escondía su sufrimiento por vergüenza y cada vez estaba más lejos de su familia. Un día, sin previo aviso, Ana recibió la primera paliza, ante su hija de tres años. Ana le dijo a Joan que le denunciaria, pero él rompió a llorar desconsolado y explicó que no sabía que le habia pasado, que nunca volvería a hacerlo. El mes siguiente parece que de verdad ha cambiado y vuelve a ser el hombre encantador del que se enamoró. Nueva paliza, arrepentimiento y vuelta a empezar, cada vez más imprevisible y violento. Ana protegió a su hija en varias ocasiones de las agresiones de su marido, la niña tenía miedo de su padre y procuraba no jugar a su lado y no hacer ruido, para no llamar su atención de ninguna forma, aún así, alguna vez recibió cachetes y puntapies, nada que deje marcas visibles y llamativas.

Porque no se separaba Ana? En parte porque había sido tan anulada como persona que no era capaz de pensar con claridad, estaba convencida que él cambiaría y que si él se enfadaba, la culpa era suya por darle motivos. Y además, sentía terror de la idea de huir porque sabe que él la perseguiría y por otro lado, ¿cómo sobrevivir sola, sin dinero y sin trabajo? Ana ignora los recursos a su alcance y se sientía sola y perdida. Pensaba sobre todo en su hija: una niña necesita un padre. Él le amenaza que si se va, perderá su hija, porque dirá al juez que está loca, que es una alcohólica y le quitarían la custodia de la niña y está es la razón principal por la cual Anna resistía.

Puede ser que un día la paliza fuera demasiado grave para esconderla y el hospital presentara una denuncia. Puede ser que Joan le diera un puñetazo a la niña y Ana saliera a la calle aterrada. Sea como sea, un día Ana tocó fondo y se decidió a denunciar y sobre todo, a mantener la denuncia. Puede ser que consiga demostrar el maltrato o puede ser que no, pero al menos obtiene ayuda y comprende que no está sola, que es posible una nueva vida. Ella puede alejarse de su maltradador, pero ¿puede su hija alejarse de su padre?

Estamos hartos de ver en la televisión noticias que hablan de la violencia de género, incluso hay campañas de anuncios que animan a las mujeres a denunciar las agresiones. Pero ¿qué pasa con los hijos de la pareja? Supongamos que ella obtiene la orden de alejamiento y después consigue separarse legalmente, ella se libera y ya no tiene que mantener ningún contacto con su verdugo (al menos en teoría) pero ¿y los niños? Un marido puede dejar de ser marido, pero nunca deja de ser padre.

Sigamos con la historia, Ángela, la niña, ha sufrido cono víctima directa de algunas agresiones físicas de su padre, aunque no hayan sido demasiado graves, pero sobre todo, ha sido víctima secundaría de las agresiones a su madre y eso ha dejado en ella un trauma grave y además, ha sufrido carencia de afecto, los gritos y desprecio de su progenitor.

Como Ana ha hecho la correspondiente denuncia, el proceso judicial sigue su curso. Hay un juicio “rápido” (semanas, meses después, no pensemos), con las correspondientes “medidas cautelares” , orden de alejamiento, etc. Estas medidas, no protegen a la víctima de nada si el agresor decide no cumplirlas, como demuestran las docenas de mujeres asesinadas en esta fase tan delicada del proceso de separación, pero al menos dan un toque de atención al maltratador. Si ha habido agresiones directas graves a los niños, se puede fijar la retirada temporal de la patria potestad, o al menos, la atribución de un punto de encuentro temporal donde el padre pueda estar con sus hilos bajo la vigilancia de los profesionales, al menos hasta que los engaña y emiten un informe positivo. En nuestro caso, no se ha hecho denuncia por la niña y por lo tanto, no se contemplan estas medidas.

Si el juicio “rápido”, no resuelve nada, hay que hacer un juicio penal que puede tardar años en celebrarse. Mientras, Ana, cono que tiene la *guardia y custodia de Ángela, se queda el piso y se fija una pensión de alimentos que Joan no cumple. Ana, puede llamar a la policía si Joan si le acerca, pero………Ángela, tiene que ir con su padre, dos días semanales y los fines de semana completos. Claro, Joan ha sido denunciado por violencia de género, pero todos sus derechos como padre están intactos. Hasta hace poco, si un hombre mataba a su mujer, los niños pasaban a su custodia. Ángela como testigo principal de una agresión, es interrogada por un psicólogo del jugado un viernes, en un espacio apropiado y con una metodología estricta (hay que decir que esta es una de las intervenciones más difíciles y delicadas que se pueden hacer en psicología, por que es necesario tener cuenta el bienestar del niño, que su testimonio sea claro y que nadie pueda acusar al psicólogo de manipulación). Detrás del vidrio, estaban la madre de la niña, los abogados de las dos partes, el juez. La niña relata todo el que ha presenciado, hasta que llora y se niega a hablar más. Dos horas más tarde, el padre la recoge en la escuela para pasar el fin de semana a solas con él. ¿Podéis imaginar el dolor y la desesperación de la madre? Ella ya no estará allí para proteger a su hija como hacía antes. Más adelante el padre solicitará la custodia compartida, con el único objetivo de vengarse de la madre. Ana ha salido de un infierno, pero el precio ha sido su hija que queda totalmente desprotegida en manos de una persona que ha demostrado ser violenta y maltratadora.

¿Puede un hombre que ha maltratado a su mujer, ser un buen padre? La respuesta es para mí, como profesional es rotunda y clara: NO.

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